Thursday, November 17, 2011

Nostalgia y melancolía ... por Emilio Ichikawa





Al exiliado y al emigrante les persigue el recuerdo. A los dos por igual: aunque el origen de la condición
del primero sea una fuga y la del otro un abandono. El exiliado mira más desesperadamente al pasado,
relaciona su desplazamiento con la desgracia y no con la suerte, como hace el emigrante. A ambos les
obsesiona el regreso, pero con diferentes intensidades. Para el exiliado se trata de una cuestión moral
que implica la restauración de un prestigio y el merecimiento de una razón política, cuando no histórica o
religiosa. El emigrante regresa por método: la vuelta es un recurso que restablece lo dejado en la
frontera de las nuevas adquisiciones.

De cualquier modo, los límites entre estas dos condiciones son muy relativos. Quien emigra para vivir
mejor, para salvar a su familia de la violencia, para darle mejor alimentación o educación a sus hijos,
está poniendo en entredicho, con su decisión, la capacidad política de su gobierno para proceder
eficientemente. El exiliado por su parte, digámoslo de una vez, tiende a comportarse también con una
lógica migratoria, pues incluso  aquellos perseguidos más sublimes, por una razón u  otra, no escogen
como refugio países de igual o inferior estandar económico que el suyo, sino generalmente las solventes
democracias de Europa y los Estados Unidos.

La relatividad de estas ecuaciones debería tenerla en cuenta esa parte de la comunidad cubana que
liga el derecho a la costumbre, la credibilidad política al tiempo de las personas en territorio extrainsular,
tendiendo a llamar despectivamente “emigrantes” a los cubanos que están salendo últimamente de la
isla, como si ese título implicara cierto descrédito ante el otro pretendidamente más selecto de “exiliado”.
Baste decir por ahora que esa llamada emigración cubana de (pen)última hora es también política, así
solo sea porque demuestra con su obstinada decisión de establecerse en cualquier sitio, ya sea en un
país de Africa o en la nación más pobre del Caribe, que el “comer jamón” tiene complejas conotaciones
que le acercan a la lógica libertaria que hasta ahora se ha creído privativa del exilliado.

La nostalgia y la melancolía son dos actitudes, o poses, que se proyectan sobre el pasado. La nostalgia
juega con el recuerdo, es leve, “cool” , y puede provocar en el paciente (aquel que sufre y espera) y una
suerte de gozo en la evocación. De ahí que resulte coherente que un famoso espacio de Miami, donde
se disfrutaba el presente con máscara de pasado, haya sido bautizado por su propietario, el empresario
cubano Pepe Horta, como Café Nostalgia, no Café Melancolia. La nostalgia se disfruta, la melancolía se
padece.

Hoy la nostalgia, tanto en Miami como en La Habana, es una jugada en el mercadeo de la cultura; forma
parte de una empresa que trata de satisfacer al cliente memorioso sirviendo la historia en un nuevo
embalaje. El presente cubano se valoriza como mercancía porque es el pasado de otras naciones del
mundo; los hippies de los 60 pueden encontrar en La Habana muchos signos de su juventud. Fidel
Castro, como parte de ese presente, es el Buena Vista Social Club de la política.

A diferencia de la nostalgia que es accesible y se infla en el mercado, la melancolía es aristocrática,
elevada, y marcadamente improductiva; por eso es de poco interés para los comerciantes de imágenes.
La melancolía permite experimentar el pasado, pero produce una herida. Es, como dice el sociólogo
mexicano Roger Bartra, una suerte de jaula. Ella es fuente de sentimientos lánguidos y hondos: puede
llevar al poema, al rezo.

Se dice con razón que Miami ha cambiado, y parte de ese cambio está en la historia: Miami ya tiene otro
pasado. La llamada Cuba de ayer no es ahora solamente la anterior a 1959; es de ayer también la Cuba
de los 60, 70, 80 y hasta de los 90. Resulta entonces que el objeto de la melancolía, pero sobre todo el
de la nostalgia, se ha renovado radicalmente. Sí, aunque algunos no lo crean, el pasado inmediato ha
dejado vivencias que mucha gente echa de menos: es que no se trata solo de política, sino también de
amistad, de amor, de juventud.

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